AMANDA: "LA QUE DEBE SER AMADA"

Tema: "Salto mortal" de Vanesa Martín

Cae la noche más oscura sobre la ciudad. Se avecina tormenta y nadie hay en las calles. Amanda se arropa con una manta y recostada en el sofá toma la tercera copa de vino después de una cena ligera. El día de hoy ha sido intenso en la redacción y necesita desconectar. No sólo le pesa la rutina, la que ya tiene más que asumida y la cual necesita para no caer en la desesperación. Precisa de su trabajo como el aire que respira y se sumerge en sus responsabilidades laborales para no pensar, huyendo de sus demonios.

Además tiene en el recuerdo a Marta y su muerte prematura de un cáncer que le ha acompañado y ha ido minando su capacidad de trabajo. Se ha ido una buena profesional que todavía tenía mucho que aportar.

En un momento, con la mano derecha, Amanda levanta la copa y la pone frente a la única luz tenue de la lámpara de lectura. Observa el líquido brillante color Corinto a modo de un oráculo al que trata de pedir consejo o ayuda. Como si esperara que suene de alguna parte las palabras que le revelen la razón de una idea que le persigue desde aquel día en que despidió a su amiga en su funeral. “Soledad”.

En soledad se fue Marta de este mundo. Únicamente su madre pudo venir a despedirla. Ella y Amanda. Pero no creo que le importara en lo más mínimo porque nunca creyó en lo trascendental de la muerte y odiaba la hipocresía de los actos de pésame, con frases tan desgastadas que ya no consuelan. La madre perdía a su hija y eso no tenía remedio.

Y Amanda volvió a su trabajo y a su vida monótona. La amiga cómplice, con la que podía aliviar en algo sus ansiedades y penas, ya no está. Marta era la única persona en la que confiaba. Y qué contradicción: tener de confidente a la imprudencia personificada que, de su impertinente interés por la biografía de otros, vino a arruinar la suya. Pero después de todo, no la culpa; estuvo bien. Lo que aportó esa "dichosa" intromisión le reveló la gran mentira en la que había estado viviendo por más de diez años. Amanda se defiende en su actitud y le sirve de justificación frente al descubrimiento de la metamorfosis de Julio; aunque tenga que sacrificar los emocionantes recuerdos que compartieron en su vida juntos y que le dieron motivos para existir; los que hicieron que su corazón latiera con fuerza y sus ojos brillaran como nunca. Tal es su intransigencia que aparta sin consideración de su recuerdo los intensos años que le proporcionó ese ser, que sólo buscaba alcanzar la felicidad, aportándole a ella la pasión y el amor que no había experimentado nunca.

Amanda siempre pensó que esas relaciones apasionadas sólo se encontraban en las páginas de las novelas rosa o en las teleseries americanas. Julio le intentó transmitir esas sensaciones a cada instante, a través de palabras y gestos de cariño. Pero esas historias no estaban hechas para ella.

Siempre estricta y rigurosa, Amanda procura no dejar al descubierto su lado sensible. Educada en la auto exigencia y la disciplina que le inculcó su padre desde la infancia, para esta mujer el mundo no va más allá de lo que está predestinado y calculado, sin que se de un momento para levantar la cabeza e imaginar otro mundo posible. Siempre con los pies en la tierra y luchando por su independencia personal, nunca se permitió un momento de debilidad ni perdonarse por cometer cualquier error.

De su madre aprendió la abnegación y a esconder las emociones que ni en sus actos ni en palabras se manifestaban. Nada más que el afán diario por el trabajo y la palabra dada que debía ser cumplida.

De esa forma, Amanda no supo disfrutar de las sensaciones que se desprendían del caudal continuo de palabras ardientes y muestras de amor que en muchos momentos, y más en los más íntimos, Julio derramaba sobre ella. Lo rehuía o le quitaba importancia. Ni en la noche de bodas, ni hasta tres años después, hubo un roce de sus cuerpos. Pero la persistencia del enamorado termina ablandando hasta el más duro y seco pedernal.

En pocas ocasiones se habían dedicado un minuto de afecto. Apenas se abrazaban y los besos eran fugaces, un leve roce de sus labios.

Tuvo que ser una noche, en una reunión de amigos, que Julio se armó de valor, tomó el micrófono del karaoke y le dedicó el tema de Los Rodríguez

Sin documentos, Los Rodríguez

Aquella canción lo decía todo.

Julio ya conocía aquello que provocaba la sensación de angustia en Amanda. Por una parte, estaba su carencia de expresividad, pero también vivía en su memoria la humillación sufrida en su juventud. Ella le contó el episodio de la agresión sexual y el recuerdo le producía tal tensión que le impedía corresponder a los deseos íntimos de su compañero. Pero ya había pasado mucho tiempo; él le había dado todas las muestras de respeto y comprensión posibles para que pudiera recobrar la confianza y superar su trauma.

Amanda no tuvo más excusas para demorar lo que Julio estaba tiempo esperando.

Ahora, recostada en el sofá y al calor del vino, le acuden recuerdos de sensaciones de placer que quiere reprimir; la de aquella noche de sexo en la que Julio le dejó recrear su momento especial. A su ritmo. Ella puso como condición que no apartara en ningún momento sus manos de su cintura. Pero pudieron dejar al descubierto lo que cada uno sentía. Julio se mostró sin reservas, a la luz del dormitorio ante ella y no hubo ninguna reacción de espanto. Era un hombre frente a una mujer.

Amanda mueve la cabeza enérgicamente como tratando de sacudirse las imágenes de aquella noche. “Él me lo ocultó y pudo haberme dicho quien era” “¿pero cómo no me di cuenta?” “yo le confié mi secreto y él calló todo el tiempo; no, no tiene razón.”

Para Amanda esto es una traición que no quiere olvidar ni pasar por alto. Pero lo que más le duele es haber sido tan ingenua y no haberse dado cuenta de los detalles que le hubieran revelado lo que escondía el cuerpo de Julio.

Tanto tiempo compartiendo la misma cama, cuando ya venciera su resistencia al contacto más íntimo, le hubiera permitido encontrar alguna marca o algunas cicatrices que revelaran la transformación de su cuerpo. Y sin embargo, no recuerda haber observado ni rastro de señales en su piel ni tampoco ninguna disfunción que le hiciera sospechar de su anterior identidad. Su apariencia era la de un hombre totalmente formado. Pero, de otro lado, lo que a ella le llevó a acercarse y dejarse atrapar no fue su atractivo físico.

Siempre atento y complaciente, Julio tenía una extraordinaria capacidad para hacerle sonreir aun cuando estuviera enfadada. En los malos días, Julio optaba por dejarle espacio para, después de un tiempo prudencial, sacarla de su tormenta emocional y provocar la catarsis con alguna de sus ocurrencias.

También dejaba ver su devoción por ella con detalles en la vida cotidiana. Acostumbraba a levantarse el primero por la mañana y salía el dormitorio evitando despertarla. Y, por supuesto, siempre se dejaba caer con algún detalle material cuando volvía del trabajo.

Cuando en ocasiones la acompañaba a eventos por compromisos profesionales, ella se destacaba mientras Julio permanecía en un segundo plano sin importarle en absoluto, a pesar de ser él quien tiene más don de gentes. Amanda le gusta ser el centro de atención en esos momentos y Julio fomentaba ese protagonismo. Eso la alagaba grandemente.

A pesar de todo esto, a Amanda le vale más la ocultación y el fingimiento sobre una historia de la que se creía con el derecho de conocer y hubiera podido decidir si seguir adelante con la relación o no haber derrochado tiempo y esfuerzo. Ya poco importa. Es mejor olvidar y no dar más vueltas a lo que ya es pasado.

Poco a poco, invadida por una agradable calidez aportada por la manta que la cubre y los efectos del alcohol, se duerme profundamente y cae en un pesado sueño.

Transcurrida una media hora desde que cerró sus ojos, los labios de Amanda se mueven levemente en lo que parece una conversación como si estuviera en un debate con alguien. De esa escena en la que está inmersa en su sueño, hace muecas con la boca y arruga el entrecejo mostrando cierto disgusto, parece estar discutiendo y se mueve nerviosa dentro de la cobija. Finalmente, despierta de un respingo.

Son todavía las cuatro de la madrugada. Amanda dejando el sofá, aturdida y torpe, se dirige al baño para echarse agua en la cara. Ha vivido una experiencia en el sueño demasiado perturbadora: En un momento, tuvo la sensación de trasladarse a la puerta del cementerio, en el mismo lugar donde descansan los restos de su compañera Marta. Allí, una mujer vestida con una túnica negra le pide que se marche de ese sitio. Este no es tu lugar, le reprendió.

Amanda, en su carácter combativo y con su habitual ímpetu, se resistió a acatar la orden de la figura femenina que le repetía que no permaneciera allí, última morada de los que un día anduvieron en este mundo.

Tiene muy viva aún la última escena en que la mujer de negro, interponiéndose en el camino de Amanda que pretende traspasar la cancela del camposanto, de un empujón la aleja y la despide con un mandato.

Una orden que en su cabeza resuena: Sal hacia afuera, vuelve a la vida.