Redención

Julio siempre se sintió atraído por su mujer: por su vitalidad, energía en continuo emprendimiento, en cualquier cosa que realizaba: al hablar, al caminar, al emplearse en su tarea de comunicación utilizando todo su cuerpo. De manera tan vehemente se mueve por la vida que a veces puede explotar en cólera temible.

A veces podía contenerla echando mano de grandes dosis de sentido del humor; más de una vez la conducía de la ira a la carcajada utilizando algún comentario o hecho absurdo, como una vez que al acabar una larga discusión ella se quedó casi sin voz y Julio, pidiendo casi permiso para abordarla, le ofreció una infusión templada de erísimo (también llamada hierba del cantor): infusión que le solía preparar principalmente para la inflamación de garganta, para los catarros, y en este caso, por la afonía y la ronquera. Al traerle la bebida a la mesa le dijo en tono solemne: “el médico le recomienda este remedio. Tómelo antes que se enfríe.”

Pero hubo un último conflicto que ya no supo abordar porque no encontró la justificación, o simplemente no quiso dar explicaciones; eso que le apartó de su mujer estaba en si mismo y en su verdad.

El ofrecimiento de Carmen a Julio de mediar entre la pareja fue descartado. Él no estaba dispuesto a dar el primer paso: considera que han sido demasiadas las veces que ha cedido, ha renunciado a sus deseos y ya se ha humillado bastante. Hasta llegado a un límite: negarse a si mismo. Eso no.

El camino que ha recorrido en su vida ha estado lleno de sinsabores, relegando cosas, proyectos, por la duda, la culpa y ni el mismo sabe que otras ideas atormentadas.

Julio vuelve al trabajo al día siguiente, centrado en su vocación de ayudar a las futuras madres y sus criaturas con su profesión de ginecólogo y pediatra. Trabaja con dedicación y es exigente consigo mismo, buscando el mejor resultado para sus pacientes. Se toma su trabajo muy en serio y en cada mujer que atiende en la consulta sólo ve un caso médico que requiere de una dedicación, un análisis exhaustivo de su historial médico, para conseguir el bienestar de una vida.

Desde joven sintió ternura por los bebes, con sus movimientos descoordinados cuando apenas están empezando a vivir. Dependientes de otros seres humanos para poderse desarrollar, unos padres amantes y generosos dedicando atenciones y esfuerzos para que esa vida pueda abrirse camino y llegue a su plenitud. Luego se le suma el entorno que no suele aportar el trato reconfortante que se le presume a la familia. A cada bebé aprecia como un tesoro y por eso Julio decidió hace tiempo no tener hijos. Lo considera una gran responsabilidad, sobre todo por el peso que supone la educación, la asunción de una vida que viene con unas características innatas y en otras que dependen de lo que los adultos le aporten, una importante tarea la de guiar a una criatura para ser una gran persona o un ser desgraciado. En compensación, se vuelca con cada pequeño o pequeña a la que atiende y colma de atenciones, carantoñas y caricias.

La jornada está yendo sin mayor complicación y ya pronto se irá a casa. Una enfermera entra a la consulta que se encuentra la puerta entreabierta encima y deja una carpeta encima de su mesa. Son los pacientes pendientes de asignación que, después del último cambio de personal se tienen que repartir entre otro colega y él. Al menos una hora más para recolocar la agenda. Julio sale de la consulta para llevar su cuadro de pacientes al administrativo cuando tropieza con una mujer que iba caminando, mirando los rótulos de las consultas.

- Perdón, lo siento no estaba atenta…

Los documentos que Julio llevaba debajo del brazo se desperdigan por el suelo. Los dos se agachan para recoger los papeles esparcidos y al levantar la cabeza al frente, las miradas se encuentran.

- Marta… hola…

- Perdona, estaba buscando la consulta del doctor Caneda, tengo cita con él y…

- Es esta.- Julio señala dos puertas mas allá de su despacho, a su izquierda.

- Gracias.- responde Marta con timidez.

Julio se yergue y le extiende su mano derecha a la mujer para ayudarla a incorporarse y seguidamente le hace un gesto para que le devuelva los folios que recogieron juntos. Marta le mira y le entrega los papeles, pero quiere retener al médico que se aleja pasillo adelante.

- Te pido perdón. Necesito que me perdones. No sé si lo merezco…

Julio se gira y la mira directamente a los ojos. Observa a esa mujer que hace años rompió su matrimonio y casi su vida; ha cambiado su mirada: ahora en hay una mezcla de cansancio y tristeza. Casi nada queda de esos negros ojos chispeantes con los que Julio tenía pesadillas.

- Tengo cáncer.- le confiesa Marta- Y además no puedo vivir con la culpa. Uno de los dos acabará conmigo.

Julio no sabe que decir. Continúa observándola y al fin, le tiende la mano derecha hacia un brazo de la mujer en gesto compasivo. Sin embargo en su gesto no muestra rastro de debilidad.

- ¿Quién está llevando el caso?- pregunta secamente.

- El doctor Sánchez. Caneda me descubrió el cáncer de matriz y se lo traslado al otro médico. Yo venía a pedir una copia del informe.

- Lo siento. Espero que lo puedas superar.

- No hay solución para mí- sentencia Marta.

La mortalidad por este tipo de cáncer es de un 2 por 100.000 al año en España. Ya ha tenido mala suerte para que su pronóstico sea el peor posible. 550 mujeres fallecen al año por esta causa.

- Por eso- continua la mujer- debo de enmendar el perjuicio de hace cuatro años. No puedo vivir con la culpa. No pensé que podía hacer tanto daño…

- No sigas- interrumpe Julio poniéndose su dedo índice delante de los labios-. Este no es un buen lugar. Te confieso que estaba esperando este momento pero ahora no podemos hablar. Aquí no. Quedamos dentro de una hora, fuera…- dice señalando a la puerta de servicio, cerca de la cafetería.

- Te esperaré- responde Marta esbozando una sonrisa apagada

Marta se sienta en un banco de piedra caliza en el patio interior del hospital. Es un espacio pequeño aislado por unas cristaleras con las que apenas le llega el ruido del trasiego de gente en el recinto hospitalario. Hay cuatro bancos de piedra formando un cuadrado abierto con una fuente en el centro. De las esquinas del atrio descienden unas plantas colgantes que dan un ambiente agradable al lugar.

A la hora convenida, Julio se presenta ya vestido de calle: unos vaqueros azules y una camisa color rojo tinto y unas zapatillas deportivas también rojas. Salen de la zona hospitalaria en dirección al centro, a la Plaza Mayor.

- Estaba pensando que tendrás cosas que hacer y te he retenido aquí- dice Julio avergonzado.

- No, no lo sientas. He esperado porque hace tiempo que quería, debía, hacer esto. Quiero ayudarte a recuperar a tu mujer, arreglar lo que estropee. No supe que podía ocasionar tanto daño.

- Pero no dejaste de seguirme. ¿Tan interesante te resultaba mi caso? Cuando hice el cambio a mi apariencia actual era una rareza y un desafío; no sabes la de personas que hay sufriendo atadas a un cuerpo que no desea, que lo siente como ajeno.

- No pensé que causaría tanto dolor. No esperaba que Amanda tomaría una decisión tan rotunda. Os he visto tan enamorados que no creía que llegara a pasar aquello…no merezco ni miraros a la cara a ninguno de los dos.

- Te voy a decir una sola cosa: no me importó que hicieras las averiguaciones. Pero yo he llevado una vida discreta porque la sociedad es todavía inmadura para ciertas cosas. A la vista está en el punto en que estamos. Hay mucha apariencia de modernidad y da la sensación de que nada nos espanta, y si embargo no se acepta aún la transexualidad. Pero quiero que pienses y espero que entiendas lo que te voy a decir: cuando cambió mi identidad y se reflejó en la documentación personal, ya para el mundo empecé a ser Julio Martorell Ruiz y eso es lo que quiero que se tenga en cuenta. Amanda lo pudo haber sabido por mí, pero es que la otra persona desapareció y ya no queda rastro. ¿Qué más se puede decir?

Marta permanece en un respetuoso silencio, hundida en el asiento del copiloto, escuchando. Julio prosigue.

- Hice el cambio en la juventud: deseoso, consciente, sin arrepentimiento en toda mi vida. Más bien el largo camino desde que tengo uso de razón hasta los veinticuatro años ha sido los más penoso, aunque también esos largos años de espera y lucha me han dotado de una capacidad de afrontar otros desafíos en la vida. No hay nada tan duro que vivir negándote a ti mismo. Obligarte a aceptar los designios que te marcan otros.

Y con Amanda llegué a la cumbre de mi felicidad, el día que aceptó ser mi mujer. Me costó otra vida que se acercara a mí porque para ella no hay nada que más le llene que su trabajo. Yo entendí y respeté su ambición de ser la mejor en su profesión y la acompañe en ese camino.

- Ha cambiado mucho- le interrumpe Marta con voz melancólica-, ya no es la misma que recuerdas. Sí que sigue trabajando y es muy exigente y esmerada en todo lo que hace pero no tiene la misma viveza a la hora de contar las cosas, no transmite igual.

- Pero tiene mucho orgullo y quiere demostrar que nada la puede derrotar- afirma Julio con una mueca-. Y lo mismo pienso que no va a dejarme entrar en su vida de nuevo.

-Yo no creo que engañaras a Amanda.- dice Marta convencida- Ella no podía saberlo, ni nadie. Sólo unos documentos de una clínica privada en la que investigué pude hacerme con algunos casos y salió tu nombre. Me llamó la atención que aparecieras en aquellos informes…como paciente y eso me intrigó. Pero no custodie la información como debía…- se lamenta-.Lo siento, lo siento mucho.

-Ahora no siento rencor- confiesa Julio. Sinceramente pienso que no lo hiciste para hacerme daño. Amanda lo supo y calló bastante tiempo. Cuando me enteré ya ella estaba almacenando una serie de sentimientos que me explotaron en la cara. Eso ha sido lo más doloroso: mi mujer no me hablaba y cuando lo hizo fue para rechazarme, apartarme. Pero eso ya no me importa, ¿sabes? Hace unas semanas me incorporé a mi trabajo después de estar unos meses en los campamentos de refugiados de Sahara. Allí he renacido. Me prometí que nunca más me negaría a hacer lo que siento y ser quien soy. No puedo vivir como un extraño para mi mismo. Tengo cincuenta años. No estoy para juegos. Soy éste que ves y para todos soy Julio César Martorell Ruiz, con lo bueno y lo malo.

- Y tienes todo el derecho a ser feliz- afirma Marta mirando a Julio con ternura- Me gustaría ayudarte a que tuvieras la felicidad que te arrebaté en aquel momento. Y te digo que Amanda se resiente por la misma situación, ella me ha confesado esto. Sintió que te marcharas a trabajar fuera de España.

- Tú deberías cuidarte y dejar que el tiempo vaya poniendo las cosas en su sitio.

- Déjame al menos, si me das tu permiso, para hablar con ella. Sí creo que le gustaría saber de ti y algo quedará de lo que os unió

-Nos unía el respeto y otras cosas que no se pueden contar- confiesa Julio con una sonrisa pícara-. La vida en común con esa mujer me dio la pieza que completaba mi vida, mi ser: completo en cuerpo y alma.

En la terraza han puesto música y suena un tema que con una palabra expresa un sentimiento que pueden compartir los dos: Gracias, de Despistaos.