En la cocina huele a café y a tostadas recién hechas. Amanda se ha duchado y sentada a la mesa toma lentamente el desayuno, degustando cada ingrediente, tal como le gusta hacer todas las mañanas. Volverá a su trabajo como todos los días y contará las noticias que se tejen en la redacción con los actos de gentes populares y anónimas. Aspectos de relevancia, en algunos casos, que aportan valor a la vida. Otras experiencias, en cambio, son insignificancias, vaguedades que entretienen y señalan las vergüenzas de otros disimulando las faltas propias.
Amanda en su vida continúa experimentando el vacio y la monotonía de los días. Algo que para ella le parece inevitable. Es la vida tal cual, que le ofrece un nuevo amanecer, calienta su cuerpo con el sol que asoma cada mañana y le marca las horas de su existencia. No espera nada de la vida porque nada hay que la emocione.
Ahora suena el teléfono móvil que tiene que ir a buscar al dormitorio donde lo dejó esta mañana: a los pies de la cama. Sin prisa, se limpia los labios con la servilleta y la deja caer al suelo. Se encamina a la habitación y coge el aparato que aún sigue sonando; ve que en la pantalla aparece el número del trabajo. En la autopista ha ocurrido un accidente de tráfico con víctimas mortales a pocos minutos de donde ella vive. Le piden que se acerque al escenario del suceso a informar a pie de carretera aunque sea por teléfono, hasta que llegue el equipo de grabación. Todo sea por conseguir una primicia por delante de los medios de la competencia. En otras circunstancias no le hubiera importado pero ahora no es algo que le apetezca en este momento, más teniendo en cuenta la mala noche que ha pasado y de la que todavía no ha conseguido despertar. Pero esta es la vida y el periodista debe estar en la vida e informar de ello.
Al lugar del accidente han llegado, de rigor, la policía y el personal sanitario. Hay varios coches implicados y Amanda estira el cuello y, poniendo los pies de puntillas, intenta ver si hay personas en los coches dañados. La periodista saca su teléfono móvil y anuncia a sus jefes que está preparada para informar desde el lugar del suceso, sin apoyo audiovisual de los compañeros que aún no han podido llegar al punto del accidente.
En un momento y al mismo tiempo que está informando en directo para la audiencia por via telefónica, se fija en uno de los vehículos: un Ford Mondeo negro y dentro hay un hombre con una camisa blanca manchada de sangre con la cabeza ladeada hacia un hombro. El personal de las ambulancias aún no ha acudido en su ayuda. Amanda intenta desde su posición averiguar si da señales de vida ya que no le está permitido acercarse.
Un policía se aproxima corriendo hacia la periodista y le pregunta por su identidad; ella le enseña rápidamente su credencial junto con su identificación personal. Le indica que hay una persona en un coche y el policía entonces acude a donde Amanda le ha señalado.
La periodista, olvidando las normas sobre seguridad, se pone tras los pasos del agente sorteando las bandas de seguridad pudiendo ver más de cerca y descubrir que el hombre del coche es Julio. El policía llama a gritos a un médico para que compruebe si hay signos de vida en el cuerpo que permanece atado con el cinturón de seguridad. Parece que está vivo. El sanitario, sin tiempo que perder, solicita la ayuda de un compañero para que puedan sacarlo del vehículo y colocarle en una camilla. Amanda se acerca a uno de los asistentes y con vivo interés le pregunta por el estado del herido. El sanitario que ha auxiliado a Julio le confirma que presenta signos de gravedad y se lo llevan al hospital, el mismo al que Julio se dirigía por su trabajo.
Amanda se queda un momento al pie de la carretera pensando que hacer: actuar con frialdad y acudir allí donde su olfato periodístico le dice que está la noticia. Después de unos segundos, coge su teléfono móvil y llama a la cadena de televisión. Aún no han llegado sus compañeros de informativos, pero ya no está centrada en el escenario del accidente y decide cambiar de prioridades.
- Estoy en la autopista y los vehículos permanecen en la carretera. Si te parece, voy para el hospital a interesarme por el estado de los heridos que ya han trasladado para allí. Con el visto bueno de la jefa de noticias, Amanda monta rápidamente en su vehículo y se dirige al centro hospitalario que está a doscientos metros del lugar del suceso, pero por la situación creada a causa del accidente de tráfico, se le va más de media hora en llegar. Ya en la puerta del área de urgencias ve que la ambulancia que ha transportado a Julio está vacía y sólo un celador está cargando una camilla sin servicio. Amanda encara a un trabajador del hospital y lo aborda sin la mínima delicadeza
- ¿Han traído a un hombre de un accidente?¿Dónde lo han llevado?- interroga enérgicamente al celador.
- Quién es usted- pregunta a su vez el hombre en tono más reposado.
- Soy su mujer- responde rápidamente Amanda.
- Mire, ahora han traído dos personas por un accidente de tráfico. Pregunte en el mostrador.
Amanda resopla y no se detiene a dar las gracias. Llega a la recepción y aquí le explican que han llevado a uno de los accidentados directamente a quirófano dada la gravedad de las heridas. El otro herido lo han llevado al área de observación. Entonces se ve obligada a aportar la descripción física del hombre al que quiere encontrar. Se despide cortésmente y se adentra por el área de urgencias, dirigiendo la mirada de un lado y otro buscando algún indicio que le conduzca hacia lo que va buscando. Recorriendo los pasillos, llega a un espacio como un distribuidor en el que se separa en tres direcciones. Amanda rastrea en busca de algún cartel indicativo pero sólo ve el dibujo de salida de emergencia y otro que marca el camino para donde están los ascensores.
Por uno de los pasillos, avanzan dos hombres con batas blancas hablando entre ellos, sin prisas, debatiendo acerca de algún caso médico. Amanda se acerca a ellos sin esperar un momento. Se identifica como familiar de un hombre que esa misma mañana ha tenido un accidente y les da la descripción física y de la ropa, que recordaba llevaba puesta cuando lo vio dentro del coche.
Los dos médicos le indican que han atendido hace poco tiempo a un conductor de un vehículo en el área de observación. Amanda se despide dando las gracias y camina presurosa por el pasillo que le han indicado. En el control de acceso a la zona, una enfermera le pregunta por su nombre y el motivo de su visita. Amanda repite la misma fórmula que usado en las otras dos ocasiones y espera a que le revelen si se trata de la persona que anda buscando.
La enfermera le extiende un pase y le indica la puerta de la zona de observación. Dispone de unos pocos minutos.
Amanda empuja la puerta y en la sala encuentra a un hombre en una cama con la cabeza recubierta por un grueso vendaje. Avanza hacia donde está el herido. Es Julio.
La mujer avanza despacio, como si contara los pasos, hasta llegar a la altura de la cabecera de la cama y desde su posición de pie observa al herido tratando de contener cualquier rasgo de emoción. Si ha llegado hasta el hospital es para sacar algún hecho noticiable, debe ser profesional. “Pero no seas ridícula” se dice para sus adentros “tú no estás aquí por trabajo y lo sabes”.
Julio sufre los efectos de una fuerte sedación pero no duerme. Debido al impacto frontal de su coche con otro vehículo involucrado en el accidente ha sufrido una herida en la cabeza y tras un examen previo de los especialistas han determinado que además sufre conmoción cerebral. En su cabeza se producen microdescargas como si le punzaran el cerebro y cuando estuvo consciente, al fijar la vista no conseguía percibir con claridad los objetos que están a media distancia.
-Julio, ¿me oyes? Soy Amanda, ¿cómo estás?
Julio abre lentamente los ojos y sólo ve una imagen borrosa de Amanda. No alcanza a tener una definición nítida de su cara pero reconoce su voz. -Estoy algo mareado. Me están haciendo pruebas. ¿Qué haces tú aquí?- pregunta Julio con desgana a causa de la molestia por la cefalalgia.
- Me pilló de camino al trabajo y vi los coches accidentados. Pude ver que estabas dentro del coche, sangrando, y todavía con el cinturón de seguridad. Si no aviso a los de emergencias para que te atendieran, no sé cómo estarías ahora.
- Gracias- dice Julio en un hilo de voz. -¿Tan mal estás? ¿Qué sientes?- pregunta Amanda un poco molesta. No cree que Julio esté tan grave, después de todo la brecha en la cabeza no parece muy importante y él no tiene mal aspecto.
- Siento como mil agujas estuvieran pinchando mi cerebro y los ojos.- y lanza un suspiro quejumbroso volviendo a cerrarlos.
-Tu familia no sabe que has sufrido un accidente, ¿quieres que les llame?
-No, no te preocupes.- responde Julio con voz apagada-, y cogiendo una bocanada de aire añade- esperaré a las pruebas.
Amanda contempla detenidamente la situación. Alguien debería acompañarle en caso de que no pueda expresarse o pierda la consciencia. Ella tendría que estar de vuelta a la emisora hace tiempo.
Piensa por un momento en la persona que yace en esa cama de hospital y le invade un sentimiento de confusión al descubrir una triste realidad y lo contradictorio de lo que ha sido el giro de los acontecimientos: el que luchó y se atrevió a afrontar la vida desafiando al mundo entero ahora estaba postrado en una cama con un diagnóstico incierto. Y en cambio, Amanda, aparentemente indemne en lo físico, vive atada a un recuerdo de dolor que le impide aprovechar lo que la vida le ha presentado, en la forma menos esperada, pero que le podría ayudar a superar su apatía vital.
Tan vulnerable ahora, sin embargo Julio, su marido, es todo energía y ha representado para ella el motor que le ha impulsado a vivir más intensamente que nunca en toda su existencia.
Debido a su lucha por su identidad, Julio aprendió a desplegar una serie de recursos emocionales que le inmunizaron contra el miedo, la vergüenza y el dolor. Con ese talento para reponerse de los golpes, ha podido experimentar la vida con toda intensidad, sin importarle las consecuencias. Sin embargo, ella no ha podido superar el episodio del abuso que sufrió en su juventud: a consecuencia de ello ha moldeado su actitud hacia los hombres manteniendo durante muchos años una distancia prudencial que sólo levantó a medias, en una primera relación que no duró mucho tiempo, con un compañero de trabajo. Y luego llegó él.
Amanda se siente ridícula comparándose con la biografía de Julio. Lo complicada que pudo haber sido la niñez y la adolescencia cuando apenas estaba descubriéndose al mundo en comparación a la suya. Julio se atrevió a buscar su felicidad, a vivir a toda costa, por encima de lo que pensara el resto del mundo. Tuvo que salir de su casa, sí. Pero no hay gloria sin dolor. En cambio ella decidió adoptar un perfil bajo, evitando las miradas y las conversaciones con los del sexo opuesto, arrastrando con ella la culpa y la desconfianza.
A pesar de que Julio le brindó su apoyo y comprensión, en continua espera a que fuera ella quien diera los pasos para tener una relación de intimidad, sin presiones. Pero en el momento en que descubrió el secreto de su marido todo se le derrumbó.
Busca una silla y se sienta junto a la cabeza de la cama procurando no hacer ruido. Amanda se abstrae por un momento con los recuerdos de su vida en común con Julio: la primera cita, los viajes juntos, los momentos de complicidad. A pesar de lo que ocultaba de su pasado, lo más auténtico siempre fue su dedicación a ella: la renuncia a su profesión de médico durante unos años para vivir la pasión del periodismo y compartir cada momento juntos, la comprensión por su dramática experiencia que la marcó en sus relaciones íntimas, que le provocaban el rechazo, sin pretenderlo, a su marido.
En un momento, descorre la ropa de la cama que cubre a Julio en un arrebato de curiosidad. Como si no terminara de creer la identidad del sexo de su pareja por tantos años, busca comprobar si la ingenua ha sido ella, y en consecuencia, a quien debería dirigir la ira y el resentimiento sería a si misma por falta de observación. Acerca su mano al muslo derecho y lo recorre suavemente, con detenimiento, palpando en busca de alguna señal de cirugía que aún pudiera reconocer en cuerpo.
Unos pasos suenan acercándose a la habitación. Bruscamente retira la mano y saca del estado de somnolencia a Julio que se fija en que Amanda guarda sus manos, enterrándolas entre sus muslos.