Julio llega a casa. Abre la puerta y lanza la mochila al fondo del salón. En ella lleva dos mudas de ropa usada. No enciende las luces porque se vuelve a marchar. No mira la hora. Sabe que llega tarde y no se quiere entretener. Tiene una cita a la que no puede faltar. Apenas acaba de cerrar la puerta del apartamento, siente que le tocan en el hombro derecho. Una voz de hombre, que le resulta familiar, le reprocha:
- ¡Anda que avisas! Si no me llego a mirar el buzón, no sé siquiera si has llegado.
- Acabo de soltar la mochila y ni me he cambiado…- explica Julio
- Pues te espero, no vayas a ir oliendo a tigre. ¡Venga, cámbiate! Carmen todavía no habrá puesto la mesa.
Tarda veinte minutos en ducharse y cambiarse de ropa. Coge un trozo de jengibre escarchado que saca de la alacena y le ofrece otro trozo a su acompañante.
- No me he lavado los dientes y esto por lo menos alivia el mal aliento.
- Anda, dame. Cuídate. Con este ritmo que llevas te va a dar un síncope. Yo no sé si podría...
Un corto trayecto de apenas diez kilómetros y llegan a un chalet de una sola planta con grandes ventanales. La casa tiene un gran salón con cocina continua. Una mujer de unos cincuenta años está colocando unos cubiertos en una mesa alargada. En el jardín, un adolescente de unos quince años va a terminar de colgar un cartel de bienvenida.
- Julio, están todavía con los preparativos. Entra después de mí para que te den la sorpresa, ¿vale? Ya te aviso y entras.
Julio asiente con la cabeza sin más. Nacho entra a la casa y va a donde está su mujer a la que saluda con cariño tocando levemente el cuello y el lóbulo de la oreja con la mano derecha y besando la mejilla contraria.
- ¿Ha llegado?- pregunta Carmen en voz baja viendo a su hijo que sigue en el jardín.
- Sí, me ha dicho que tardará un poco.
- Verás que cara pone Manu cuando vea a su tío entrar por la puerta.
Pero Julio decide dar la vuelta y salta una valla que separa el jardín de la casa aledaña; apenas lo ve, el adolescente da un grito de alegría, sale corriendo y deja lo que está haciendo en ese instante.
- ¡Tío! ¿Cuándo has llegado? ¡Tío, qué alegría!
Tío y sobrino se funden en un abrazo. Rivalizan en estatura, pero esa carrera la ganará el joven en el que se empieza percibir los cambios hacia la vida adulta y ya alcanza un metro setenta largos; no como Julio al que ya le apuntan las canas.
Carmen y Nacho se miran. “Parece que ya está aquí, ¿verdad?”- dice Carmen con sorna.
Julio y Manu se enzarzan en una contiendan de cosquillas en la que el chico ya ha perdido el combate y sucumbe a los abrazos de su tío. El joven lleva sin ver a su familiar desde el año 2003 y se ha acostumbrado a comunicarse con él por videollamadas. A distancia, ha seguido las andanzas de su tío por diferentes lugares alrededor del mundo. Cada cierto tiempo le enviaba algún objeto representativo del lugar por donde pasaba. La última vez que jugaron juntos, Manu tenía 11 años.
La tarde transcurre plácidamente. Tras la paella, toman un postre consistente en picotas con nata y después los adultos se dividen entre el café con algo de licor que prefiere Carmen y algo más fuerte para los dos hermanos que dejan a la mujer tomando el sol a la sombra de un magnolio. Mientras, ellos se retiran para conversar.
- ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Te vuelves a marchar o te quedas?- le pregunta Nacho poniendo su mano derecha en el hombro de su hermano que le da espalda, mirando hacia la puerta por donde entraron aquella tarde.
- Sí, me voy a quedar. He pensado pedir el reingreso en el hospital. Mañana me pasaré a que me digan que tengo que hacer. Quizás tenga que presentarme a concurso…
- Ya no vas a volver a…
- No!- interrumpe Julio enérgicamente
- Bueno, si no sabes lo que te iba a decir- responde Nacho algo molesto, pero continúa en tono conciliador - Está bien, no quiero decirte lo que debes hacer pero quiero que sepas que no somos tus enemigos. Respetamos tu vida, Carmen y yo, los dos. No tienes que dar explicaciones y ni te las vamos a pedir. Sólo queremos que estés bien.
- No tengo ganas de complicaciones. Vengo relajado, confiando en que al menos mi familia me apoye. El viaje me ha hecho pensar y voy a retomar mi vida, mi vida, ¿entiendes? Y confío en que se respete mi decisión.
- Julio, vas con el arma cargada y nosotros no somos tus enemigos. Lo que pasó fue una canallada que te hicieron pero vas a pagarlo con tu vida, piénsalo bien…
- Cállate, por favor.- interrumpe Julio apenas en un hilo de voz. Toma un trago de whisky y se gira para mirar a su hermano: - Sé que vosotros sois los únicos con los que he podido contar siempre. Tengo la suerte de tenerte como hermano y como amigo, también a Carmen…
Nacho no lo deja terminar de hablar y lo acerca hacia él en un intenso y largo abrazo. -Eres fuerte- le susurra al oído a Julio.
Julio aprieta los dientes y los labios a la vez que alza la barbilla en un gesto altivo y de contención al mismo tiempo. Los hermanos apuran sus bebidas y pasan lo que queda del día paseando por la urbanización. Ya no se volverá a tocar ningún asunto espinoso. Por ahora.
Julio regresa a su apartamento. Ha sido un día muy largo y necesita descansar. Desde que salió de Argelia por la mañana, no ha dejado de coger y soltar medios de transporte hasta llegar a su casa en la calle la Ruda, en el barrio de La Latina. El sitio perfecto para aislarse y disfrutar de la soledad. A pesar del trasiego del día a día del lugar, entre el famoso Rastro de Madrid a un paso y sus sitios para buen comer y tomarse una cerveza (por eso también se quedó aquí); sin embargo, no mucha gente suele frecuentar esta calle.
En otro tiempo, ese sitio era conocido por ser poco recomendable, de pequeños comercios que llevaban gente muy humilde, con un pasado reyertas, secuestros a parte de la falta salubridad de la calle. De eso hace más de un siglo. Se vino a instalar aquí a principios de los 90 desde Barcelona. Atrás se quedó Málaga, su ciudad de nacimiento y de recuerdo funesto.
Muchas cosas han pasado en su vida a sus casi cincuenta años. Se desnuda mientras va entrando por la casa y ya en el dormitorio, coge y hace una bola con la ropa que se ha ido quitando y la tira a un rincón. Destapa la cama que tiene las sábanas que puso limpias antes de marcharse hace 6 meses rumbo a África.
Una música suena a lo lejos en la calle y se cuela por la ventana del dormitorio. (Luz Casal, “entre mis recuerdos”). Medio dormido, medio despierto le llega parte de ese tema que hace tiempo le gustaría escuchar pero que ahora le hiere. Por fin se duerme. Es ya medianoche y la música sigue sonando. Algún transeúnte achispado va dando voces calle adelante pero Julio no está ya en este mundo. Duerme y se pierde entre sus recuerdos.
Tras dos semanas, se ha incorporado de nuevo al hospital. Antes ha tenido que hacer un periodo de espera sanitaria y administrativa por la labor humanitaria en los campamentos saharauis, en la Hamada. Julio se siente restaurado en su ánimo con esta experiencia: ha colaborado en las campañas de educación sanitaria, ayudando en el pequeño consultorio médico y compartiendo la vida de los que ayudan a los habitantes en medio del desierto.
Se siente renovado, mas convencido, más seguro de saber lo que de verdad vale la pena. Los seis meses viviendo en el desierto, durmiendo en suelo polvoriento, comiendo gachas de arroz y alguna vez carne, de camello, y otras provisiones que la ayuda humanitaria aporta desde varias organizaciones no gubernamentales. Ha comprendido lo que de verdad es necesario: el valor de la amistad y la defensa del derecho a ser considerado como seres humanos. Los saharauis le han dado una lección de vida: luchar por la vida desde el lado de la trinchera que te toque estar. Luchar siempre. Rendirse no es una opción.
Allí ha dejado muchos amigos que le esperan con los brazos abiertos. Les ha dejado miel, conservas de pescado, chocolate y caramelos. Se le ilumina la mirada al recordar la algarabía de los niños rodeándolo para recoger las golosinas y los mayores cantando y palmeándole la espalda en agradecimiento…todo lo vivido allí ha restaurado su ánimo y concentrarse en su plan de vida.
Ahora en España, se produce el choque inevitable de una y otra realidad. Allí, en Tindouf no tiene cabida la superficialidad, ni banalidades, sólo lo esencial es lo importante.
Pensando en estas cosas Julio camina despistado y se ha dejado atrás su despacho. Sin darse cuenta, entra en la consulta de otro colega y en un momento todo cambia. Apenas asoma medio cuerpo tras la puerta, y al ver que hay una consulta en proceso, se disculpa, pero basta unos pocos segundos para poner su atención en la paciente que está en la habitación. Está a punto para una exploración de rutina pero no es esta visión lo que hace que Julio salga rápidamente con un notable estado de agitación. La mujer que acaba de ver se ha clavado en su mente y no tarda en recordar dónde y en qué circunstancias la conoció.
A pesar de la distancia en el tiempo y del cúmulo de vivencias que se han producido en cuatro años; con idas y venidas entre países, la maleta siempre dispuesta en parte por la demanda profesional y por otra estaba el deseo de poner tierra de por medio.
Ahora la memoria hace que resurjan sensaciones: un escalofrío lo recorre de cabeza a pies. El día ya ha quedado marcado por este incidente que no consigue olvidar.
Esta mujer, de la que comienza a recordar la primera vez que la conoció, es una periodista de investigación. Una escrutadora de datos en general, que en aquel momento estaba interesada en cuestiones relacionadas con la medicina. Pero no se interesaba sobre la investigación sobre una vacuna o cifras sobre las consultas más habituales a los profesionales de la medicina. No. Su asunto de interés era la medicina estética. Su enfoque se encaminaba más hacia lo más escabroso, lo más inmoral basados en asuntos muy privados. Llevando al límite su profesión, incluso su propio prestigio, indagó en ciertos documentos y con sus pesquisas vino a dar con Julio Martorell: ginecólogo y pediatra de especialidad. Así se convirtió en su sombra. Julio ha llegado a querer comprender la labor de aquella mujer de aspecto agradable que, en su día, se presentó en el hospital buscando información para un reportaje sobre medicina estética. No tenía nada que ver con su campo profesional y sin mayor reserva le indicó a que colegas podía interrogar. Parecía aquel un asunto en principio insustancial sobre la banalidad y la superficialidad de los deseos humanos. Julio se equivocó. Ella sabía lo que buscaba y a quien.
Después de cuatro años volvía a verla; aquella era una chica rubia, de unos cuarenta años de ojos oscuros y una chispa inquisitiva, que además aportaba una sonrisa encantadora aunque con una voz ronca afectada seguro por el exceso de tabaco a juzgar por su aliento y las manchas de los dientes. Solía vestir una gabardina beige con bastantes bolsillos de los que sacaba sus útiles de trabajo: una grabadora, varios bolígrafos, caramelos… Aunque llevaba bolso acostumbraba a sacar de la gabardina cualquier cosa que necesitaba en cada momento. En su día, Julio la atendió por aquel asunto periodístico, sin otro particular, y luego nada más se supo. Pero no tardaría mucho tiempo en que se convirtiera en su sombra. Y en su desgracia.