Dos Vidas

Es ya muy tarde. Han pasado cuatro horas desde que Julio y Marta pidieron el primer café. Han cambiado de locales consumiendo otras bebidas pero no dejan de confesarse el uno al otro. Julio descarga su rabia contenida en forma de conversación desbocada. Ya no teme nada y por lo que más amaba, ya no tiene esperanzas de volver a recuperarla.

Le cuenta su vida desde la niñez. Desde que tiene recuerdos, no se veía cómodo en su cuerpo. Soñando con cambiar su forma exterior que le causaba aversión y buscando la manera de vivir conforme a lo que creía debía ser su sexo: ser un niño como los demás. No era un mero capricho ni algo pasajero; el deseo de escuchar su nombre en masculino, pedir que le cortaran el pelo constantemente, ponerse pantalones en lugar de vestidos o buscar el juego con los demás chicos del colegio. 

Con lo que más disfrutaba jugando era con un balón de fútbol y sus conversaciones habitualmente era con los chicos, mayores o de su edad, sobre deportes y mayormente sobre fútbol.

Por esto mismo ya se enfrentó a los comentarios de algunos adultos que directamente le hacían sentir incomodidad y de compañeros de clase que, por influencia de sus parientes y conocidos, le afeaban su comportamiento que no estaba acorde con lo que era su género. Internamente, su manera de sentir era la de los niños, los chavales entre los que se encontraba más cómodo. ¿Pero qué es la identidad de género? ¿Qué entiende una criatura de los convencionalismos y las imposturas de los mayores? De siempre prefirió la ropa y compartir los juegos de niños. No comprendía y le afectaba que le regañara su padre por hacer ciertas cosas; sólo la madre observaba y le apoyaba sin entender bien por qué esos comportamientos. Pero la Naturaleza tiene esas cosas que por la arbitrariedad humana, para algunas personas es un sin sentido.

La madre se ha convencido de que no es un desvarío. Se agrava cuando se manifiestan los primeros signos de cambio en la pubertad y ya no se puede ocultar por más tiempo. Todavía no existe una conciencia sobre la libertad sexual y ni mucho menos la identidad de género. Apenas se estaban produciendo cambios en la política del país para salir de la etapa de dictadura, sin embargo la sociedad siguen conservando un pensamiento encorsetado, maniqueo y obtuso con el que es difícil hacerse comprender.

A principios de los 80, con casi 22 años, Julio se marcha a Barcelona. Buscando obtener la identidad plena que anhelaba hace tanto tiempo; encontró apoyo moral y psicológico. Un tratamiento médico para la transición de género; “lo peor fue la evaluación psicológica, el cuestionamiento de tus sentimientos, sensaciones, el entorno familiar y social: un proceso inquisitorial. Nunca están seguros y se preguntan en tu lugar si algún día llegarás a arrepentirte. No lo entienden.”

“No saben lo desagradable, lo angustioso de verte y sentirte en el lugar equivocado: no querer vivir en tu cuerpo, no ser tú.” Mientras va avanzando el proceso de cambio de sexo, a la vez, Julio estudia la carrera de Medicina. Es en ese momento que se fija en una mujer joven, de su edad: “una muchacha morena, vivaracha, que se me clava en el pensamiento.”

- ¿Dónde la viste por primera vez?- le pregunta Marta.

- Fue durante el Mundial de fútbol del 82, en uno de los partidos que se jugaban en Barcelona. Yo tenía 23 años. Ella iba de un lado para otro, con una libreta en una mano, una bandolera colgando del hombro y un micrófono en la otra; persiguiendo a personajes del deporte a los que debía entrevistar. No me llamó la atención por su belleza física; no es que fuera especialmente guapa. Más bien fue por la energía que derrochaba: unos movimientos rápidos de sus manos, sus expresiones faciales y su actitud decidida. Era y es puro nervio.- rememora Julio esbozando una tímida sonrisa. 

De momento se pone serio y se queda en silencio con la imagen que ha descrito hace un instante. Parece embebido por ese recuerdo; un rictus de emoción se refleja en sus labios y le tiembla la barbilla. Marta lo rescata del ensimismamiento.

- Fue amor a primera vista, digamos

- Me llamó la atención. En medio de tanta gente, tuve que fijarme en aquella persona. Si lo pienso en frio ahora, todavía no puedo darte una explicación de por qué. Pero ya no pude quitarla de mi cabeza: esa energía al hablar con sus gestos, al caminar: nerviosa, decidida.

Después de encontrármela en el estadio de fútbol me interesé por su programa en televisión y ya fue algo constante en mi plan diario desde entonces. Buscaba sus trabajos periodísticos y podía verla en televisión a menudo. Pero no llegué a coincidir con ella hasta años mas tarde.

Para entonces mi cuerpo había cambiado a lo que ves hoy. Todo el proceso de evolución cuajó perfectamente, por suerte. Ahora tenía la seguridad en mi mismo y realizar la vida que tantas veces había soñado. Una vida plena.

Estudié Medicina en Barcelona, en la especialidad de obstetricia y pediatría. Residí en un apartamento cerca del Hospital clínico provincial donde haría las prácticas al terminar los estudios universitarios y casualmente volví a verla. A menudo pasaba por el barrio de Sant Antoni, a medio camino de su trabajo y el mío. Ya había pasado ocho años desde el Mundial en España pero la reconocí perfectamente.

Una mañana, vi un anuncio en la prensa que buscaba personal para la televisión de Catalunya para varios puestos de trabajo. Créeme que consideré por un instante que era una locura, pero de seguido tardé apenas dos segundos en recortar el reclamo del periódico. Me iba a meter en otro mundo, otro oficio, pero era la oportunidad de acercarme a ella. Me vino al recuerdo como se movía, como se expresaba aunque habían pasado casi una década pero no olvidé a aquella mujer.

Fui a la selección de personal y me quedé como ayudante de iluminación. El horario me permitía trabajar a media jornada y compaginarlo con mi especialización en medicina.Ahora podía estar más próximo a ella y ponerle nombre y alma a la mujer que me había hecho perder la cordura.

El primer día comencé descargando un camión de focos y cableado para un set en exteriores, un programa que se realizaría al aire libre. En un momento, una persona pasó detrás de mí caminando apresuradamente: una mujer de unos 30 años que sostenía un portafolio con el brazo contra su pecho y con el otro brazo marcaba su marcha acelerada. Yo la paré en seco para hablarle: “Perdona, me llamo Julio César Martorell, soy nuevo aquí y nos han mandado que montemos un plató exterior para deportes, tú trabajas en deportes por casualidad?

Ella me miró de arriba abajo, casi haciendo un reconocimiento de scanner y se quedó un momento pensando: “Sí que trabajo en deportes pero no sé nada de un programa en exteriores. Debes de preguntar a alguien encargado de iluminación. Perdona pero es que llego tarde”.